Los cambios acontecidos en las últimas décadas en la red asistencial de Salud mental, con la implantación y desarrollo del modelo comunitario, han supuesto un mejor desarrollo en la atención y apoyos necesarios a las personas  y una dignificación en las condiciones de vida de las personas con problemas de salud mental.

La especialización en la atención a las personas con trastorno mental grave supone un reto en la atención domiciliaria  y comunitaria de estas personas. Cuando la enfermedad mental emerge en la vida de la persona, tiene una repercusión en sus diferentes áreas dificultando su funcionamiento habitual: a nivel personal, familiar, formativo, laboral y social. Rompe con el proyecto vital de muchas de las personas que la padecen, ocasionando pérdida de roles. Este impacto repercute en la persona con enfermedad mental, en su familia y en las personas de su entorno cercano. Además, deben vencer la dificultad de vivir con el estigma social que supone el diagnóstico  de la misma.

Las personas con enfermedad mental, necesitan para su tratamiento de dos recursos indispensables, por un lado el farmacológico y terapéutico, y por otro el de rehabilitación/recuperación funcional. Las terapias psicológicas y psicosociales complementarias al fármaco han demostrado que resultan necesarias para mejorar los síntomas resistentes, el funcionamiento social y la calidad de vida.

Las personas somos diferentes y tenemos distintos intereses, necesidades y metas. Por este motivo la individualización, aunque se dé en el contexto del trabajo en grupo, es el valor central de la metodología del trabajo. Es importante que durante el proceso de recuperación se potencie la participación activa, la iniciativa, la toma de decisiones y elecciones por parte de las persona. El profesional, la familia y la red de apoyos de la comunidad actúan como apoyos y facilitadores en el proceso mediante el entrenamiento de habilidades que favorezcan el desempeño adecuado en las relaciones sociales y la autonomía en la inclusión comunitaria.